sábado, 8 de agosto de 2009

LEERERÍAS


Hay varias opiniones acerca de por qué aquel adolescente accedió al pacto friamente denominado satánico. una de ellas señala que la saturación de si mismo potenció cierta inestabilidad -aquímico-endócrina- totalmente favorable para estos trances, otras indican un poco dolosamente la casi nula exposición social del muchacho dada a raíz de la herencia -genética o inculcada. hay las que proponen judaicamente la culpabilidad de una temprana eva, o alguna pervertida lilith. a mi me parece que todas estas opiniones tienen algo de verdad. yo conozco al susodicho. me constan casi todas las aseveraciones que oigo decir aqui y alla, pero una sola es la que guardo para mi, haciendo con ella mi portal (al menos mi umbral) frente a este muchacho, unas veces adorable y otras desquiciante, hasta el punto de (literalmente) hacerme cambiar de acera. mi opinión externa (ya que la interna la ejecuto y la desdoblo en la acción misma, en mi actitud frente a él, sin mediar laberinto de palabras alguno) que prefiero es la siguiente: el adolescente cambió su realidad cotidiana, por la de las palabras, para decirlo burdamente, en estos asuntos donde el lenguaje debe ser casi bordado para no perturbar demasiado tan sutiles significados. pero bueno, nunca he sido muy bueno para ello. además -supongo- tan "sutiles significados", deben ser vaciados de golpe, como se desmolda una gelatina; sin piedad, como se inyecta una nalga. y es asi, el muchacho vive en las palabras, cómo quieren que lo diga. esto lo vuelve, de entrada, alguien intratable, no soalmente en el sentido nefasto que posée dicho término, no, sino que llegar a él es una tarea más que ambiciosa, totalmente especulativo, refractario, lo único que consigo al consultarle acerca de alguna duda, o simplente demostrarle mi afecto, es una imagen, un reflejo casi siempre de mi propia psique mirando como un mono su espantada cara en la tranquila superficie de una laguna. este fue su pacto, lo saben tambien las muchachas que siempre lo rondan, procurándolo, como un coro menádico, distinto y el mismo todas las veces, atraídas como polillas por la incandescente llama de su amor ideal. yo mismo he querido guardarlo en un cofre donde ninguno de los peligros de la "realidad" lo alcancen, viendo los bordes que frecuenta y los límites que al parecer fatalmente le son impuestos. él -en el gesto más tìpico de todos los de su espacie- solo levanta los hombros, y captura a vuelo de pájaro la amarga dulzura en una sonrisa furtiva...

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pongo un lastre, luego otro, y otro... y no toco piso.